Para algunos intelectuales, él también es una inteligencia superior.
Quedó maltrecho el Polo con el retiro del ex alcalde Lucho Garzón. Gustavo Petro ha decidido permanecer en él, pero advierte que si se queda es para salvarlo de las maquinarias que se lo tomaron.
Es importantísimo que la izquierda participe en las contiendas democráticas. Y que se las gane a veces. Pero lo que está sucediendo bajo el mando excluyente y disolvente de Carlos Gaviria es tan desgastador que, según los observadores políticos, si el alcalde Samuel Moreno no echa una manito aceitando con platica a los sindicatos, fortín electoral del Polo, es hasta probable que en las próximas elecciones no logre sacar ni cinco senadores.
Incluso, si Carlos Gaviria le gana con sus maquinarias a Petro, cosa que está cantada, tampoco es probable que en las presidenciales logre repetir su votación de 2'613.157, que estuvo 200.000 votos por debajo de la de Noemí en 1998. Y que ni en su infinita vanidad puede patentar como suya: en esas particulares elecciones, muchos liberales resolvieron acompañarlo, no tanto para votar por él sino contra Serpa.
A Carlos Gaviria hay que reconocerle que produce una especie de embrujo sobre sus seguidores. Los tiene tan obnubilados, que hasta han borrado de su hoja de vida sus contradicciones. Fue un crítico tremendo de la Constitución del 91 y luego se hizo elegir en el organismo que ella creó, la Corte Constitucional, a la cual llegó como ficha del Partido Liberal. Como magistrado mencionó, entre muchas, dos actuaciones que me llamaron poderosamente la atención por lo desacertadas. Se opuso a que se reviviera la extradición con carácter retroactivo, lo cual impedía en su momento la de los Rodríguez Orejuela. Y colaboró en cercenar irreversiblemente la autonomía de la Corte Suprema, al imposibilitarla para que investigara el voto de los congresistas que absolvieron a Samper, en muchos casos a cambio de jugosas prebendas. Solo así se entiende que el ex presidente dijera en alguna oportunidad que de Palacio solo salió con dos amigos, y el entonces magistrado Carlos Gaviria, insólitamente, era uno de los dos.
Pero más incongruentes que sus actitudes pasadas son las presentes. Se revela como un absoluto antirreeleccionista. Aclara que no de la de Uribe en particular, sino de la de cualquiera. Pero la de Hugo Chávez le pareció perfecta, porque en Cúcuta permitió hasta que el Polo le acondicionara una sede. Y si se trata de su propia reelección, se vuelve todavía menos antirreeleccionista.
Francamente no veo qué diferencia existe entre el clamor popular que tiene al presidente Álvaro Uribe con el corazón atravesado por las dudas acerca del compromiso con su reelección, y el clamor de los polistas que llevó a que Carlos Gaviria aceptara su reelección como presidente del Polo y, ya estando ahí entronizado, a que se dejara reelegir como candidato presidencial, lo cual aceptó con esta frase: "No me queda alternativa, tengo que inscribirme. Ustedes aceptaron por mí que yo fuera candidato, yo acepto por ustedes". De antología.
Y así como el presidente Uribe es una mente superior para intelectuales como José Obdulio, Carlos Gaviria es una mente superior para otros como Antonio Caballero, en lo cual desconozco su tradicional anarquía, que constituye uno de sus grandes encantos como persona y columnista: según la crónica de EL TIEMPO, Antonio fue uno de los "intelectuales" que acompañaron a Gaviria la noche de su proclamación reeleccionista.
A Carlos Gaviria le entregaron un Polo y lo tiene convertido en dos, seguramente para que no digan que quiso quedarse con todo: el alternativo, que es su pedazo, y el democrático, que es el que le deja a Gustavo Petro para que juegue un rato.
¡SE ME OLVIDA! ¡Qué orgulloso del hijo que no conoce debe sentirse en su cautiverio el padre de Johan Steven Hernández!
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